En casi tres décadas de no comer carne y sus derivados, fui encontrando distintas formas de resistencia por parte de las personas que sí la comen y que por desconocimiento, paradigmas o simplemente por intolerancia, no saben aceptar conductas diferentes de las propias.
Tenga en cuenta que, hace treinta años, no comer carne en un país que eminentemente se promocionaba como el productor de las mejores del mundo, era visto como un sacrilegio digno de los más atroces tormentos.
En la actualidad, la mayor cantidad de información que se distribuye a través de los medios de prensa y difusión fue creando una cultura de más aceptación hacia los hábitos saludables. La obesidad ya no es sinónimo de fuerza y salud, y la pirámide nutricional ya no coloca las proteínas en su ángulo superior. Por el contrario, ocupa más la atención la falta de minerales que de proteínas. Por ello, los no comedores de carne somos mejor aceptados... Sin embargo, a pesar de esto, evite identificarse como vegetariano.
Hágame caso: al declararse vegetariano en un almuerzo o cena, creará un problema para el anfitrión, porque no sabrá qué darle de comer y le disparará la pregunta: ¿Fideos puede comer? ¿Su religión se lo permite? ¡Como si las pastas fueran un amasijo de bichos muertos! Como si el elegir estuviera atado a la fe religiosa... Además, remarcar el ¿puede?, sin darse cuenta de que no comer animales difuntos es un acto consciente, voluntario e inherente al derecho del hombre de decidir qué quiere para su vida.
En otros casos, habrá interesados en su propuesta de alimentación que comenzarán a asediarlo hasta que finalmente termine dando un curso de nutrición y culinaria ad honorem.
Nunca faltará el iluminado que le plantee que si no come carne por no matar a los animales, la lechuga también tiene vida, y la zanahoria también tiene sentimientos...
O el otro insufrible, bromista, que elaborará una serie de comentarios a fin de demostrar que usted es un gran canario u otro bicho parecido...
En esta galería de personajes no podemos dejar de recordar al obeso que, acompañando sus sabias palabras con el sonido que produce su mano al batir el parche de su abultada barriga, le dirá: Pero mi amigo, cómase este chorizo, tómese este vaso de vino, que esto es la vida...
Y para terminar la muestra de personajes, está el reflexivo culto que lo tildará de fanático por no aceptar la empanada humeante de cuyo interior chorrea un agradable jugo altamente graso que se le desliza por el brazo hasta el codo. De nada servirá explicarle que no es fanatismo sino la convicción surgida del conocimiento y de la propia experiencia. Su interlocutor no lo entenderá. (No hay peor sordo que el que no quiere oír.)
De Edgardo Caramella
Presidente de la Federación de Yôga de Buenos Aires (FIPPYBA)
Del libro La dieta del Yôga, editorial Kier, Buenos Aires.